Había una vez, una persona de lo más anodina que creía poder cambiar el mundo. Vociferó y protestó, gritó y chilló intentando que tanto los demás como su familia hicieran lo correcto. Escribió cartas, hizo peticiones y encabezó manifestaciones. Pero un día descubrió que no era el mundo que estaba intentando cambiar lo que había que cambiar. Se dio cuenta de que quería cambiar el mundo "exterior", sin ver que ese mundo no estaba fuera sino "dentro" de ella. Comprendió que el mundo ya estaba bien tal como estaba, y que era la percepción que tenía de él, lo que le estaba creando esa angustia que luego proyectaba en los demás. Así que dejó de intentar arreglar el mundo "exterior" y se concentró en la percepción del mundo que tenía en su "interior". Y, al cambiar la percepción que tenía de él, cambió su mundo interior y también, por más increíble que parezca, el mundo exterior.
Y a partir de entonces, como podrás haber adivinado, fue feliz.